El personaje del demonio está muy arraigado en la cultura popular y el carnaval, raro era el pueblo del Señorío de Molina en que no aparecían uno o dos diablos persiguiendo a la chiquillería y arrojando cenizas a las mozas.

Los mozos acuden a vestirse a un lugar en principio secreto, se protegen la piel con cremas para luego embadurnarse los brazos, manos, cara y cuello con una mezcla de aceite y hollín molido que les da un color negro muy brillante y que contrasta con el blanco de los dientes hechos a base de trozos de remolacha.





Al llegar a la plaza, correrán entre las mascaritas tratando de asustar a las mujeres y dar miedo con su estruendo y tiznando aquí y allá con su negro ungüento, sobre todo a las mozas. Una vez calmada la euforia, los diablos disfrazados recorrerán las frías calles al caer la tarde en una extraña e indefinible procesión que sólo se da en alguna pesadilla.